noesnadapersonal Carlota Miranda


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Burgos, Spain
carlotamiranda7@gmail.com

  • _noesnadapersonal– ¿Por qué cree que una chica de 18 años que apenas les conoce de nada les ha denunciado por una violación múltiple? – No lo sé, no lo entiendo. Si la hubiéramos invitado a una cerveza, no habría pasado esto.Declaraciones reales en el juicio contra ‘La Manada’.
    Miedo me da saber que la sentencia, más de tres meses después de la fecha estimada, aún no ha salido.

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LA JUSTICIA DA CARTA BLANCA A «LA MANADA»

La Justicia española dice que no es violación, es abuso. Por lo tanto, 9 años de prisión, de los cuales ya han cumplido 2. Absueltos de agresión sexual.

Vivo en un país en el que no se considera agresión sexual que 5 hombres me metan de noche en un portal, agarrándome de las muñecas, cuando estoy en estado de embriaguez, aprovechando su evidente superioridad física y numérica. No se considera agresión sexual que me penetren simultáneamente – a mí y a mis 18 años – por la boca, por el ano y por la vagina mientras me graban con sus móviles. No se considera agresión sexual que, en esas condiciones, eyaculen dentro de mí y lo hagan sin preservativo. No se considera agresión sexual que ellos estén tan cachondos como eufóricos, jaleándose y pidiendo a gritos turno para metérmela, mientras yo no hago ni la más mínima muestra de estar disfrutando de la situación. Vivo en un país en el que no hay ni rastro de agresión sexual en que los que hablaban de que “hay que llevar burundanga, que luego queremos violar todos” difundan vídeos con contenido sexual en los que yo aparezco. Siete vídeos explícitos en los que se ve cómo me humillan y me vejan. No hay rastro de agresión sexual cuando, después de su fechoría, ellos se van a seguir la fiesta y a mí me dejan tirada en el portal, sin ropa, robándome el móvil antes de marcharse para que no pueda ponerme en contacto con nadie.  Nada hace pensar que haya sufrido un agresión sexual aunque esté sola de madrugada, llorando en un banco de una ciudad desconocida, hasta que una pareja me encuentra y llama a la Policía. No hay agresión sexual aunque los guardias, el personal médico y mi estrés post-traumático digan lo contrario. No hay agresión sexual aunque, dos años después, siga necesitando asistencia psicológica. No hay agresión sexual porque la educación sexual en mi país nos la ha enseñado el porno.

Vivo en un país en el que la Justicia da carta blanca a violadores y asesinos y me dice que si siento que me van a violar, no puedo entrar en estado de shock. Tengo que gritar mucho, patalear una barbaridad y oponer toda la resistencia física que mi cuerpo me permita para que me hagan daño. Para que se me note después. Sangre, moratones y alguna fractura, como mínimo. Para que controle ese instinto de supervivencia que me sale en situaciones de pánico y, en vez de enfrentarme a esas bestias contra las que sé no puedo, decida volverme tan loca que mi asesinato pueda ayudar a que alguien ahí fuera crea mi versión. Vivo en un país en el que aceptar ser violada para poder seguir con vida no se entiende. “Si no quería que la penetraran entre cinco, ¿por qué no se marchó de allí?” De aquella ratonera. No puedo con uno, estando en plenas facultades, y quieren que pueda con varios, sin estarlo. Pero también vivo en un país en el que enfrentarme a mi violador, sabiendo las consecuencias fatales que puede tener, tampoco se entiende. “¿A quién se le ocurre plantarle(s) cara sabiendo que tiene todas las de perder?” Además, si les denuncio, me dicen que es mentira. Que les quiero joder la vida, aunque no les conozca de nada. Y si no les denuncio, me dicen que porqué no lo hago si es verdad. Que cómo soy tan tonta.

Vivo en un país en el que, haga lo que haga, las preguntas siempre me las hacen a mí. Supongo que la sociedad se centra en lo que yo hago (o dejo de hacer) porque todavía no tienen el valor suficiente para preguntarse a sí mismos qué estamos haciendo mal para que lo que me hicieron a mí, se lo hagan – con total certeza – a tres mujeres al día en España. Qué estamos haciendo mal para que sólo una de cada 8 mujeres violadas en nuestro país decida presentar una denuncia. Qué estamos haciendo mal para que sigamos siendo objeto de uso y consumo. Vivo en un país en el que todavía le debemos nuestro cuerpo a ellos. Se nos cosifica hasta la saciedad y, al final, somos eso. Sólo un cuerpo. Inerte. Un cuerpo. Sin vida. De hecho, mira hasta qué punto se nos cosifica que, aunque parezca increíble, muchos aún no tienen claro cuándo estamos disfrutando y cuándo estamos sufriendo. Les importamos tanto que no lo saben diferenciar. Sólo somos un cuerpo. Sin más.

Vivo en un país en el que sé que antes de tener 25 años, podré volver a encontrármelos en cualquier calle, en cualquier fiesta, en cualquier ciudad. A José Ángel Prenda, Alfonso Jesús Cabezuelo, Jesús Escudero, Ángel Boza y Antonio Guerrero (de izquierda a derecha en la imagen). Podré cruzármelos de nuevo y será entonces cuando todos los pedazos que intento reconstruir a diario, vuelvan a tambalearse. Por mí y por todas mis compañeras. Pero seguiré luchando con objetivo muy claro. Como decía aquella yaya, “que lo que no tuve para mí, sea para vosotras”. Hermanas.

NOTA MUY IMPORTANTE: No soy la chica de la violación de San Fermín, aunque podía haberlo sido. Sólo escribo en primera persona para que la empatía en este país despierte de una vez por todas.

 


_noesnadapersonal
No había unanimidad. Pero mucho me temo que, en este caso, el problema no está en la ley sino en quienes la han aplicado. Uno de los jueces involucrados en el caso pedía, directamente, la absolución de ‘La Manada’, declarando lo siguiente.
Remarcar no sólo lo subrayado sino también la terrible afirmación: «no es descartable que una relación sexual no consentida pueda llegar a provocar excitación sexual.» Un país en manos de PUTEROS de manual y de hijos del porno está condenado a ser un país machista, legislado bajo el amparo una justicia patriarcal.

 

 


 


 

PERDONA, ¿TE LLAMABAS…?

Para otras cosas igual no, pero para esto soy una mandada. Me encanta recibir mensajes de la gente que me lee y a algunos de ellos les presto especial atención. Cuando se trata de sugerencias, críticas y peticiones no puedo evitar tenerlas en cuenta, en la medida de lo posible, y ante preguntas del tipo ¿pero ahora dónde estás?, ¿pero qué haces?, ¿pero no te habías ido a…?, ¿pero qué has estudiado?, ¿pero estás trabajando? , siguiendo vuestras recomendaciones, he decidido presentarme. Para que aquellos que no me conozcáis, sepáis al menos a quién estáis leyendo.

Soy la de la izquierda. Me llamo Carlota y nací en Burgos (España) hace 24 años. Y sí, soy pelirroja natural. Lejos de lo que las americanadas nos han querido vender desde pequeños y dejando a un lado los vaciles sanos, nunca he sufrido burlas, mofas o guasas por mi color de pelo. Al contrario. Y estando en Marruecos ya ni os cuento. De hecho, de ser cierta esa leyenda urbana de que a ciertas mujeres nos cambian por un buen número de camellos, conmigo, mi familia y la que vendrá después ya tendría la vida resuelta. Pero mucho me temo que no es el caso…

A lo que iba. No soy educadora social, ni fotógrafa, ni periodista. Tampoco trabajo para ninguna agencia de viajes como guía turística subvencionada por el Gobierno de Marruecos. De hecho, de ser subvencionada por alguien seguro que no sería por el Gobierno marroquí. Por cierto, define Gobierno. 

Soy ingeniera. Ingeniera electrónica desde hace más de año y medio. Y parecía tonta cuando me comprasteis, ¿eh? Es verdad que los ingenieros tenemos mala fama, y creedme cuando os digo que muchos de ellos bien la merecen, pero otros somos normales. Hasta hace poco tenía la certeza de que yo estaba en el segundo grupo, en el de los normales. Pero después de haber trabajado con gente de letras ya no sé ni qué pensar. No sé si los raros somos nosotros o lo son ellos. Aunque, viendo como está el patio, probablemente lo seamos todos. Porque lo único que está claro es que de cerca nadie es normal.

Con 17 años mis padres me regalaron mi querida mochila y, antes de empezar la carrera en mi ciudad, fui con dos amigas a Barcelona. Ese fue el primer gran viaje y pronto supe que aquella sería una de mis grandes pasiones. Como ni podía ni quería tener que pedir dinero para viajar cada vez que me apeteciera, empecé a trabajar dando clases a chavales y lo hice durante toda la carrera. He tenido la gran suerte de poder contar siempre con mi familia para costearme los estudios y creo que lo he sabido aprovechar. Todo el dinero que ahorraba era para mí, para mi cámara, para mis viajes y para todo lo que conllevan. La mejor inversión, sin duda. Así que han sido mis niños los que, de alguna manera, continuamente han hecho posible que no haya parado quieta demasiado tiempo.

Mis amigas y yo siempre cogíamos alguno de los vuelos más baratos que encontrábamos, a donde fuera, y en cuanto teníamos el dinero suficiente para marcharnos, lo hacíamos. Por eso nunca pude ir a Nueva York, uno de mis grandes sueños de juventud. Y, a día de hoy, aún no he ido; siempre surge antes algo mejor. Antes de que consiguiéramos tener pasta para pagar el billete de avión a América, ya habíamos encontrado mil y una excusas para hacer un nuevo viaje por Europa. Y yo hay cosas a las que no sé decir que no…

En el verano de 2010 el vuelo más barato era a Fez, en Marruecos. Fui con 2 amigas, durante 12 días, haciendo todo lo contrario a lo que los que nunca han estado allí recomiendan. Ninguna de nosotras había viajado antes al país vecino y fuimos sin guías, sin reservas y sin nada. Sólo el billete de ida y el de vuelta, desde ciudades distintas. Ese viaje marcó un antes y un después en mi vida y en menos de dos años volví al moro hasta en 5 ocasiones, la última de ellas durante casi un mes.

Con 22 años, cuando acabé la carrera, sabía que me quería marchar de España. Hubiera crisis o no, yo quería irme un tiempo para dedicarme a mí y a aprender cosas que en un aula es imposible aprender. Ya no es sólo que quisiera, es que lo necesitaba. Si no lo hacía en ese momento no lo iba a hacer nunca así que me marché a Londres a trabajar de au-pair con una familia inglesa-francesa. Pero me cansé antes de cumplir allí los 4 meses y, siguiendo una de esas señales que te da la vida, cogí mis cosas y me mudé a Rabat, a vivir con una familia que quería que sus hijos aprendieran español.

Era una familia marroquí. Y musulmana, para susto, sobresalto, alarma y temor de muchos. Tuve que aguantar las sandeces y barbaridades típicas a las que se enfrenta una chica joven cuando toma una decisión como esta. ¡Pero cómo te vas a ir a un país árabe! ¡Te van a poner un burka! ¿Pero qué te gusta de su cultura, que lapiden a las mujeres? ¡A Marruecos, rodeada de moros! ¡Te va a pasar algo! ¡A quién se le ocurre cambiar Inglaterra por un país así! ¡Si no te van a dejar ni conducir siendo mujer! ¡Que esos sitios son muy peligrosos, Carlota! Yo sabía lo que había y, obviamente, no hice caso a esa gente. Y es que, como diría mi abuelo, cuánto tonto y qué pocas balas.

Tomé la mejor decisión que he tomado nunca y la experiencia me sirvió, sin duda, para confirmar lo que llevaba más de dos años pensando; que mi sitio está allí y que de Marruecos al cielo. Podía haberme quedado para siempre pero en la vida todo son etapas. Aquella etapa la tuve que finalizar ‘obligada’ para seguir formándome en España y a finales de 2o13 volví a casa, que es donde menos dinero gasto si estoy en mi país.

El 2o14 entró con fuerza y los Reyes Magos me trajeron un contrato de lo mío para empezar a trabajar el día 7 de Enero en Burgos. Y el día 8 tuve que renunciar a él porque la tarde anterior, cuando estaba en el coche de vuelta a casa después del curro, me confirmaron que había un nuevo contrato de trabajo, mucho más goloso, fuera de mi ciudad, con otra empresa diferente. Una empresa internacional con la que, si todo va como se espera, podré tener un contrato indefinido como ingeniera de automatización. Sí, sí. Por lo visto siguen existiendo ese tipo de contratos, aunque yo aún no los he olido. Así que, antes de que acabe este mes de Enero, ya me habré mudado al noreste español para empezar un gran reto. Una nueva etapa. Una nueva aventura dura e intensa, pero única. De las que a mí me gustan, vaya…

[ Tenemos la rabia de llegar hasta el final y de ahí a donde quiera llevarnos la vida. – Keny Arkana]


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