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Diez mujeres clave de la historia de la filosofía (que tal vez no conozcas)


Diez mujeres clave de la historia de la filosofía (que tal vez no conozcas)

«Las mujeres tenemos todavía mucho que pensar y dar que pensar para salir del lugar de lo no-pensado», dice Celia Amorós. Ella y otras nueve hicieron historia, aunque algunos libros las hayan olvidado.

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¿Quién escribió la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana? ¿Cómo se plantó cara al mismísmo Rousseau y a su misoginia manifiesta? ¿De qué mujer dijo Freud que tenía una «peligrosa inteligencia»? Si no se habla de ellas, no existen. Solo salen en las conversaciones o en los libros de historia en el caso de que sean esposas de un hombre de reconocido prestigio o si algún erudito o artista las utiliza de musas para pergeñar su obra creativa. «La historia se escribe dando prioridad al hombre», lanza la escritora Laura Freixas. Pero sin ellas, el relato queda incompleto. Aquí diez nombres, que podrían ser muchos más, de algunas mujeres imprescindibles para entender el pensamiento filosófico que ha llegado hasta hoy.

Hiparquía (360-280 a. C)

Trescientos años antes de que naciera Cristo, una tal Hiparquía de Maronea militaba en la peculiar escuela cínica fundada por el griego Antístenes, donde también encontró una forma de vida el famoso Diógenes. Los cínicos despreciaban las riquezas y preocupaciones materiales porque consideraban que las personas que menos necesitan son las más felices, y las más libres. Luego Diógenes, por ser uno de los más extremos en esto de privarse de las necesidades materiales y culpabilizarlas de la infelicidad humana, dio nombre a un conocido síndrome por el cual acumulas enseres innecesarios que no te cabrán en la tumba.

La presencia de Hiparquía en los círculos filosóficos de la Grecia clásica no gustaba, aunque ella ni se inmutaba

Hiparquía supo despojarse de todo. Menos de la paciencia. Tuvo que aguantar mofas de gente como Teodoro el Ateo, que le reprochaba por qué no se dedicaba a las tareas domésticas que le habían sido encomendadas por tener los genitales que tenía. Ella, como respuesta, le retaba: «¿Crees que he hecho mal en consagrar al estudio el tiempo que, por mi sexo, debería haber perdido como tejedora?». Teodoro, como no supo qué responder, optó por quitarle el vestido.

Cuentan que Hiparquía ni se inmutó. Así se fue ganando una más que merecida fama de libertina y feminista, además de la de filósofa, puesto que fue autora de tres libros y conseguía colarse en las reuniones y banquetes que organizaban los filósofos coetáneos del siglo IV, aunque más de uno no viera con buenos ojos su presencia. Cuando murió, sus colegas cínicos hicieron una fiesta en su honor, en el pórtico dorado de Atenas, y declararon ese día el Kynogamia, o día de la incorporación de la mujer al mundo la filosofía cínica.

Olympe de Gouges (1748- 1793)

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Olympe de Gouges

Hubo muchas más en la época clásica. Aspasia de Mileto, la sacerdotisa Diotima de Mantinea o Hipatia, que tiene hasta una película. Mil y pico años después, seguía en tablas la lucha contra la invisibilidad forzada a la que fue sometida la mitad de la población. Un ocultamiento salvaje tras las cortinas y los fuegos del hogar auspiciado por las sagradas escrituras del primer libro de la biblia, en el que una tal Eva llevó por el mal camino al primer hombre que habitó la tierra. Ella tuvo la culpa de que la humanidad, hoy en día, no habite el ansiado paraíso terrenal.

En muchos libros de historia se «olvidan» de contar, por ejemplo, que la declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1789 solo hablaba justamente de eso, del hombre y del ciudadano. A ninguno -varones todos, claro- se le ocurrió pensar que las mujeres fueran dignas de ser reconocidas con ese elevado estatus, cuando su papel era la subordinación. Al padre, al marido, al hombre que más cerca les pillara. Pero que no aparezca en la historia que cuentan no quiere decir que no existan. Y sí, menos mal que llegó Olympe de Gouges, pseudónimo de Marie Gouze, dos años después, a incluir a la mitad olvidada de la población en la declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana.

«Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta». Así empezaba este documento fundamental de la Revolución Francesa que redactó De Gouges. Un texto que, unido a su simpatía por los Girondinos, la auparía a la guillotina. Ella, en vida, luchó contra el racismo, la esclavitud, por la instauración del divorcio y contra la perpetuación en la historia del androcentrismo en el que se ha basado la historia del pensamiento occidental, según la cual al varón se le ha identificado desde siempre con el ser humano neutral, y viceversa.

Para algunas filósofas contemporáneas como la profesora Ana de Miguel, aunque el androcentrismo no habla de la inferioridad femenina, sí contribuye a invisibilizar y excluir a las mujeres. Decía Olympe de Gouges, con sorna, que el derecho penal era el único punto igualitario en aquella época: la guillotina no discriminaba por razón de sexo.

Sophie de Grouchy (1764-1822)

Una que tuvo más suerte fue Sophie de Grouchy, una intelectual del siglo XVIII que asistía a escondidas a las clases que recibía su hermano pequeño. Así aprendió a hablar varias lenguas y publicó traducciones de obras de Adam Smith, además de textos propios. Gracias a su matrimonio con Nicolas de Condorcet, veinte años mayor que ella, organizó tertulias filosóficas que reunieron a los grandes eruditos de la época, desde D’Alembert al propio Adam Smith, a Thomas Jefferson o incluso a la misma Olympe de Gouges.

Concha Roldán: «Como tenían vedado el acceso a la vida pública, llevaban la vida pública a su casa y organizaban charlas en sus salones»

«Como tenían vedado el acceso a la vida pública, llevaban la vida pública a su casa y organizaban charlas en sus salones», explica Concha Roldán, directora del institut de Filosofía del CSIC. Cuentan que al calor de esas conversaciones se forjó el movimiento girondino, en el que militaba Olympe de Gouges, y que se correspondería con una de las primeras tesis revolucionarias preocupadas por incluir en la lucha los derechos de las mujeres.

Harriet Taylor Mill (1807-1858)

Harriet Taylor-Mill

Harriet Taylor-Mill

Junto al marqués de Condorcet, John Stuart Mill fue «de los pocos varones de su época sensibles a la lucha de las mujeres», recoge Roldán. Esa sensibilidad feminista les llega gracias a las mujeres con las que se casaron. A Sophie de Grouchy, convertida en Sophie de Condorcet cuando apenas tenía 22 años, le benefició en muchos aspectos su matrimonio con el marqués. Algo similar le pasó a Harriet Taylor Mill, una filósofa inglesa que tuvo algo inaudito en la época junto al afamado economista John Stuart Mill: un matrimono entre iguales, en una época en la que casarse suponía a la mujer una nueva forma de esclavitud y sometimiento. «La mujer era lo pactado en el contrato del matrimonio», sostiene Roldán.

Entre los libros publicados por Harriet destaca La emancipación de las mujeres, además de varios artículos que escribió junto a su marido y que fueron publicados en prensa bajo el nombre de él. Como subraya Ana de Miguel, el libro más famoso de Stuart-Mill, El sometimiento de las mujeres, no podría haberse escrito sin la influencia de su mujer, quien le contagió sus ideas revolucionarias y su pelea por la igualdad real entre el hombre y mujer en la educación o en el matrimonio. Incluso ante la ley, ya que John se atrevió a lanzar consignas feministas -ante las mofas de sus similares- desde el asiento de la Cámara de los Comunes que ocupaba.

Mary Wollstonecraft (1759-1797)

Apenas tenía 38 años cuando murió Mary Wollstonecraft. Fruto de su matrimonio con el filósofo William Godwin, uno de los precursores del movimiento anarquista, nació otra gran mujer: Mary Shelley, autora de Frankenstein. De alguna forma, la filósofa y escritora inglesa reactualizó la brecha abierta por Olympe de Gouges y escribió Vindicación de los derechos de la mujer en 1792 para desacreditar la extendida creencia de la época -de las que algunos todavía osan hacer gala– de que las mujeres eran, por naturaleza, inferiores a los hombres. Promovió una educación igualitaria para ambos sexos y plantó cara al mismísimo Rousseau, conocido por predicar en su obra Emilio -considerada cumbre de la educación- que a las mujeres solo se las debía enseñar a «hacerles grata y suave la vida [a los hombres]». Esa era, según el creador del contrato social, la misión de las mujeres en la vida.

Wollstonecraft usa los mismos argumentos de los pensadores del momento, basados en la racionalidad, para reivindicar que las esposas deberían ser las compañeras racionales de sus maridos. Y les echa en cara que si las mujeres son estúpidas y superficiales se debe precisamente a lo que se les ha enseñado y no a una especie de deficiencia innata ligada al aparato reproductor femenino.

Alexandra Kollontai (1872-1952)

Alexandra Kollontai.

Alexandra Kollontai.

«Aquí hablamos también del privilegio de clase porque solo las mujeres acomodadas podían tener acceso a la filosofía y a los estudios», recuerda Concha Roldán. Con el acceso a la educación vetado, tuvieron que buscarse la vida para formarse, bien acudiendo a los tutores que aleccionaban a sus hermanos -como hizo Sophie de Grouchy- o explorando por ellas mismas las bibliotecas de sus maridos. Es lo que Roldán llama «el saber robado» en esa generación primigenia de mujeres que luchaban por el feminismo antes de que se inventara el concepto.

Con mujeres como la rusa Alexandra Kollontai, las trabajadoras de las fábricas entraron en la lucha feminista. «El propio Marx tiene origen burgés», recuerda Roldán. Kollontai era hija de un militar ruso y tuvo que pelearse con su madre para poder conseguir un instructor que le ayudara con su formación.

Se ganó a pulso la fama de mujer moderna por tratar sin tapujos la liberación sexual femenina en dos de sus obras: La Nueva Mujer y El Amor en la Sociedad Comunista. Esa «mujer nueva» nunca más debería ser un complemento de su esposo ni una propiedad más asignada por obra y gracia del santo matrimonio.  Kollontai también habló del placer carnal de las mujeres en el ámbito de las relaciones sexuales y sacó los colores al género masculino al que acusó de no tener ni idea del universo de la sexualidad femenina. También se opuso con firmeza a la prostitución por considerarlo una explotación de clase y también de género.

Flora Tristán (1803-1844)

Una de las grandes fundadoras del feminismo moderno fue primero una mujer maltratada por su marido. Flora Tristan, viajera por necesidad -tuvo que huir de los malos tratos del hombre con el que se casó y tuvo tres hijos-, fue la creadora de la consigna

Flora Tristan

Flora Tristan

Proletarios del mundo, uníos, y luchó por feminizar la izquierda. Quiso dejar claro al movimiento obrero que la emancipación de los trabajadores debía ir unida a la emancipación de la mujer de forma indisoluble. Fue la primera vez que una mujer habló de socialismo y de la lucha proletaria (y se la escuchó).

Aunque Flora nació en una familia acomodada, la repentina muerte de su padre le obligó a ponerse a trabajar muy joven en un taller de litografia. Con 17 años se casó con el dueño de la fábrica por una cuestión de supervivencia, decisión que marcaría su vida. Le costó doce años de lucha y un intento de asesinato por parte  de su marido hacerse con la custodia de sus hijos. Una de sus hijas, Aline, será la futura madre del pintor Paul Gaugin.

Flora no dudó en disfrazarse de hombre para entrar en la cámara de los lores y protestar ante el ninguneo del poder hacia la voluntad obrera, una clase donde siempre militó y a la que observó y acompañó en sus múltiples viajes, entre países y también entre las distintas corrientes de las feministas precursoras a sus años.

Con ella nació el feminismo marxista aunque tuvo que parirlo a golpes contra la eterna minoría de edad en la que vivía la mujer en la época de Napoleón. Arequipa, Londres, París… sus libros de viajes radiografían a los parias de cada ciudad: «Todas las desgracias del mundo provienen del olvido y el desprecio que hasta hoy se ha hecho de los derechos naturales e imprescriptibles del ser mujer».

Lou Andreas-Salomé (1861-1937)

Lou Andreas-Salomé

Lou Andreas-Salomé

Un desafío para la época. Así describen a la escritora rusa Lou Andreas-Salomé, una de las primeras mujeres que entró en la universidad de Zurich, en Suiza. Fue admirada por Nietzsche, Paul Rée y Rilke. Freud dijo de ella que era una mujer «de peligrosa inteligencia». Precisamente, desde que conoció en 1911 al fundador del psicoanálisis, se interesó por esta rama de la psicología y consiguió ser una de las pocas aceptadas en el círculo psicoanalítico de Viena.

Freud, conocido por asociar la realización del concepto de la feminidad con el matrimonio  dijo de ella que «con asombro, todas las debilidades femeninas y quizá la mayoría de las debilidades humanas le eran ajenas, o las había vencido en el curso de su vida». La Gestapo esperó a su muerte para quemar la biblioteca de una mujer liberada que fascinó por sus textos sobre erotismo anal publicados en 1916.

Kate Millet (1934)

Kate Millet

Kate Millet

Cuando se habla de feminismo radical se piensa en la norteamericana Kate Millet, que escribe libros, dirige películas y hace esculturas, tareas que compagina con el activismo feminista. «Sean cuales sean las diferencias sexuales reales, no las conoceremos hasta que ambos sexos sean tratados con paridad», escribió en Política sexual, su obra cumbre.

Además, Millet plantó cara a intocables intelectuales de nuestros libros de historia como el propio Freud, a quien afeó que tratara de convencernos «de que la mujer es incapaz de superar el bajo nivel cultural que le ha asignado la naturaleza». De Lolita, la novela de Nabokov, dijo que era «un canto al rapto, a la violación y a la coacción física, además de un análisis de la terrible pasión de un alma perdidamente enamorada que ha seguido al pie de la letra el mito patriarcal de la esposa-niña».

Celia Amorós (1944)

Celia Amorós

Celia Amorós

La madre del llamado «feminismo de la igualdad» y maestra de todas las que vendrán después, incluida la propia Concha Roldán: Ana de Miguel, Amelia Valcárcel, Rosa Cobo, Alicia H. Puleo, Adela Cortina… Celia Amorós puso el foco de la perspectiva de género en el estudio de la filosofía y evidenció los sesgos androcéntricos que hacían invisibles a la mitad de la sociedad.

Amorós lanza el rugido de la mirada feminista sobre el universo simbólico de Sören Kierkegaard y su reelaboración de la misoginia romántica o también sobre Salomón, que quizá no fuera tan sabio como nos contaron. De hecho, su herencia, todavía vigente en nuestros días, se basa en esos pactos masculinos que otorgan la carne a la mujer y el logos al hombre. Quien parte y reparte, ya se sabe. Y ante esto, ¿qué? «Las mujeres tenemos todavía mucho que pensar y dar que pensar para salir del lugar de lo no-pensado», dispara Amorós.

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