Acabo de descubrir esta página y este artículo que me parece muuuuuy interesante. Os lo replico aquí y también podeis leerlo en su fuente original picando en el título.
Por qué Gandalf nunca se casó, por Terry Pratchett
Terry Pratchett fue un gran admirador de la obra de Tolkien. El Hombre del Sombrero (ahora muy en boga entre el Gran Público, debido a la adaptación a serie televisiva de su libro ex aequo con Neil Gaiman «Buenos presagios») llegó a escribirle al Profesor una emotiva carta sobre cómo le había conmovido «El herrero de Wooton Major». Carta que tuve la oportunidad de ver en persona cuando visité la exposición «Tolkien: Maker of Middle Earth» en Oxford en 2018.
En 1985, en la XV NovaCon, ofreció una charla titulada «Why Gandalf Never Married», donde desgrana la forma en que la tradición literaria, y diferentes escritores de fantasía coetáneos en esa misma época trataban la magia. Ya el título nos cuenta que Tolkien estará presente en el texto, que fue publicado en 1986 en el número 11 del fanzine Xyster, editado por Dave Wood y galardonado en 1984 con un Premio Nova, y que se revela como una feroz defensa de la igualdad de sexos y la reivindicación de la reformulación de la imagen de la mujer en la ficción literaria.
Os ofrezco la traducción de la charla de Terry Pratchett, y espero que disfrutéis tanto leyéndola como he disfrutado yo intentando hacerle justicia en la traducción.
Por qué Gandalf nunca se casó
Quiero hablaros sobre la magia, sobre cómo la magia ha sido retratada en la fantasía, cómo la literatura fantástica ha contribuido a que la magia tenga una imagen tan distintiva y, quizá lo más importante, cómo el mundo occidental en general ha llegado a aceptar una imagen muy precisa y extremadamente cuestionable de los usuarios de la magia.
Mejor os comento para empezar que no creo en la magia más de lo que creo en la astrología, porque soy Tauro y los Tauro no nos interesamos por todas esas patrañas ocultistas.
Sin embargo, hace un par de años escribí un libro titulado El color de la magia. Su humor fue bastante bien recibido. Intentaba hacer por el universo de la fantasía clásica lo que Sillas de montar calientes hizo por el western. También fue mi tributo a veinticinco años como lector de fantasía, que comenzaron cuando a los 13 años leí El señor de los anillos en 25 horas. Ese maldito libro fue como un ladrillo colocado en medio del camino, en mi paseo en bicicleta por la vida. Comencé a leer libros con una velocidad sólo soportable cuando eres preadolescente. Sudaba por más mandanga.
Mi infancia nunca favoreció la lectura. Había muchos niños con los que jugar, mis padres me compraban juguetes para usar en la calle y se negaron a consentirme, así que nunca se me ocurrió buscar consuelo solitario con un buen libro.
Entonces Tolkien lo cambió todo. Me volví loco por la fantasía. Los cómics, las aburridas sagas nórdicas, la aún más aburrida fantasía victoriana… A lo mejor debería explicar a la audiencia más joven que, en aquellos tiempos, la fantasía no estaba disponible en cada tienda de juguetes o kiosco, era un poco como el sexo: no sabías dónde conseguir los libros más guarretes, así que lo único que podías hacer era hojear con esperanza las revistas de aficionados a la fotografía buscando desnudos artísticos.
Cuando no podía conseguirlo (me refiero a un libro de fantasía heroica, no al sexo) deambulaba por la sección infantil de las bibliotecas públicas, intentando pescar libros sobre dragones y elfos para llevarme a casa. Incluso compré y leí todos los libros de Narnia de una sentada, lo que fue un poco como un empacho de hostias consagradas. Ya me daba igual.
En algún momento, las autoridades me pillaron y me mantuvieron en un cuarto oscuro con pequeñas dosis de ciencia ficción hasta que me desintoxiqué, por eso ahora puedo pasar junto a un libro con un dragón en la portada sin que casi me suden las manos.
Pero una parte de mi mente permaneció enchufada a lo que podría denominar universo común de la fantasía. Existe, y todos lo sabéis. Se ha creado uniendo el folklore, los románticos victorianos, Walt Disney, E.R. Eddison, Jack Vance, Ursula Le Guin, Fritz Leiber… ¿no? De hecho, estos escritores y un puñado más lo han definido muy cuidadosamente. Y ahí están ahora, para goce de escritores parasitarios como yo, lo que he dado en llamar elementos argumentales «de dominio público». Hay dragones, y usuarios de la magia, y horizontes lejanos, y misiones, y objetos de poder, y ciudades extrañas. Ahí tenemos el tipo de escenario que hubiéramos tenido en la Tierra si Dios hubiera tenido presupuesto.
Para ver en detalle este universo común de la fantasía sólo tenemos que remitirnos a los juegos clásicos de rol de Dungeons and Dragons. Son mosaicos de cualquiera de las historias de fantasía que hayas leído jamás. Por supuesto que el universo común de la fantasía está lleno de clichés, casi por definición. Los elfos son altos y hermosos y usan arcos, los enanos son bajitos y rinden culto al trabajo. Y la magia funciona. Esa es la diferencia entre la magia en el mundo de la fantasía y la magia en nuestro mundo. En el universo fantástico un mago señala con los dedos, de ellos salen todo tipo de chispas azules, hay algún tipo de explosión y un pobre alma se transforma en algo horrible.
De todos modos, si estás buscando provocar la risa fácil, aprendes que dos modos comprobados de conseguirla son marear un cliché o tomarse las cosas en un estricto sentido literal. Así que en la secuela de El color de la magia, que estamos urgiendo para su impresión a la velocidad de la deriva continental, veréis lo que pasa cuando, por ejemplo, alguien como yo se aferra a la idea de que los círculos megalíticos de piedra son en realidad complejos ordenadores. Lo que se consigue son druidas caminando en círculos mientras hablan algún tipo de jerga computacional y refiriéndose a Stonehenge como el milagro del Silicon Chunk1.
Mientras saqueaba el mundo de fantasía buscando el siguiente cliché del que conseguir más risas, encontré uno que está incrustado tan profundamente que es muy difícil darse cuenta de que está allí. De hecho, me impactó tan fuerte que empecé a investigarlo en serio.
Se trata de la división generalmente muy clara entre la magia hecha por mujeres y la magia hecha por hombres.
Hablemos de magos y brujas2. Normalmente diríamos de carrerilla estas dos palabras, como si simplemente fueran etiquetas divididas por sexo para el mismo trabajo. No es cierto. En el mundo de la fantasía no existe nada parecido a una bruja hombre. Os oigo apostillar «¡hechiceros!3»… pero sigue siendo cierto. Puedo aceptar que los postuléis para alguna historia en particular, pero aquí estoy hablando de la tendencia general. No hay en absoluto nada parecido a un mago mujer.
¿Maga4? Sólo es tipo ‘mejorado’ de bruja. ¿Encantadora5? Sólo es una bruja con buenas piernas. Así es el mundo de la fantasía. De hecho, hace tiempo que deberían haber recibido la visita de la gente de Igualdad de Derechos porque, en el mundo fantástico, la magia que hacen las mujeres es normalmente de calidad baja, de tercera clase, asuntos negativos… mientras que los magos son generalmente cerebrales, inteligentes, poderosos y sabios.
Es curioso que pase lo mismo en nuestro mundo, ¿verdad? No necesitas creer en la magia para darte cuenta.
A los magos se les permite hacer un tipo de magia mejor, mientras que las brujas te maldicen con verrugas.
El mago arquetípico es, por supuesto, Merlín. Consejero de reyes, artífice de la Mesa Redonda, y el único ser humano que sabía cómo manipular el electroimán que soltaba a la Espada de la Roca. Realmente no es un héroe del folklore, porque mucho de lo que sabemos sobre él se basa sobre todo en la Vida de Merlín de Geoffrey de Monmouth, escrita en el siglo XII. El viejo Geoffrey fue uno de los grandes escritores de fantasía de la historia, casi tan bueno como Fritz Leiber pero sin su obsesión por los gatos.
Tuvo muchos problemas con las mujeres, el pobre Merlín. Morgana Le Fey (una bruja) era su enemiga principal, pero al final quedó atrapado en su caverna de cristal o su bosque encantado (elegid vuestra variante favorita) por obra de una alumna femenina. El mensaje está claro, chicos: eso es lo que os pasará si dejáis la magia verdaderamente poderosa en manos de las mujeres.
De hecho Merlín está siendo destronado del número uno por Gandalf, cuya magia es más sugerida que aparente. En este punto también me gustaría mencionar a un tercer mago, del que muchos de vosotros habréis oído hablar: Ged, el mago de Terramar. Lo menciono porque los libros de Ursula Le Guin nos ofrecen un mundo mágico cuidadosamente creado aunque típico. Mi teoría es que todos ellos funcionan porque están limpiamente incrustados en nuestra imagen colectiva de cómo la magia debe estar ordenada. Sirven para señalar algunas de las similitudes entre nuestros magos.
Todos son solteros y sexualmente contenidos. En estos temas la fantasía va en concordancia con muchas de las publicaciones antiguas sobre magia, que dejan claro que un buen mago no debe vaciar el cargador (curioso, porque no existe dicha prohibición entre las brujas. Pueden darle gusto al cuerpo todo el tiempo y no afecta en absoluto a su magia). Los magos tienden a existir en Órdenes o jerarquías, y sin duda la Isla de Gont me recuerda nítidamente a una universidad medieval europea, o quizá a un monasterio. No parece haber muchas mujeres pululando por su Universidad, aunque supongo que alguien limpia los baños. De hecho hay algunas practicantes de magia por Terramar, pero si no son ya malvadas entonces es que están siendo mal adiestradas o maltratadas por Ged de la misma manera que un obstetra de Harley Street trata a una comadrona local.
¿Podéis imaginaros a una mujer intentando conseguir una plaza en la Universidad de Gont? O, por decirlo de otra manera, ¿podéis imaginaros a una mujer Gandalf?
Sin duda no necesito mencionar a las brujas de los verdaderos cuentos de hadas, ese hatajo de arpías más malas que un dolor. Seguramente se deba a que viven en esas casitas de jengibre. Debe ser por eso por lo que siempre se retrata a las brujas sin dientes: es lo que provoca vivir en una casa de 90.000 calorías. Escuchas un ruido por la noche y son los niños del pueblo, comiéndose el pomo de la puerta.
Según el libro sobre magos de mi hija de ocho años, un librito de tapa dura agradablemente ilustrado y disponible en cualquier librería buena, “los magos deshicieron el daño provocado por las brujas”. Ahí está de nuevo el mensaje recurrente: la magia femenina es cutre y dañina. Pero, ¿por qué todo esto? ¿Hay algo del mundo real que se refleja en el mundo de la fantasía?
Lo curioso es que el mundo occidental no posee una gran tradición mágica. Puedes buscar en vano si hay algún mago auténtico, o incluso alguna bruja. Conozco un buen número de personas que se denominan a sí mismas brujas, paganas o magas, aunque las más realistas admiten que, aunque les gusta pensar que siguen una tradición que se remonta al (bien conocido) Principio de los Tiempos, en realidad todo lo buscaron en libros y, sí, historias fantásticas. He llegado a creer que la ficción fantástica en todas sus formas no tiene base en nada que haya existido en el mundo real. Creo que las brujas y magos tomaron sus ideas de su experiencia lectora o, antes de eso, del folklore. La ficción se inventa a la realidad.
Sin duda en la historia de la Europa occidental los magos son menos y van muy por detrás. He conseguido encontrar una docena aproximadamente, que además en retrospectiva histórica se me antojan conjuradores o estafadores. Los druidas parecen dar la talla, pero los druidas constituían tan sólo unas cuantas frases para Julio César hasta que fueron reinventados hace un par de siglos. Todo este negocio de las túnicas, las hoces y la comunión con la naturaleza son sólo castillos en el aire. De todas formas es significativo, porque César los retrata como sacerdotes viciosos de una religión basada en el sacrificio humano, y pringados de sangre hasta los codos. Pero los Relaciones Públicas de la historia los han transformado en chamanes místicos, aunque realmente quiero decir «chamachos»6, hombres de paz, destiladores de pociones mágicas.
A pesar de la afirmación de que nueve millones de personas fueron ejecutadas por brujería en Europa en los tres siglos siguientes al XV (esto aparece en un montón de libros de ocultismo popular, de lo que sólo puedo inferir que es un dato tan fiable como el resto de cosas que aparecen en ellos) es muy difícil encontrar pruebas fiables de un culto a la brujería tan extendido. Conozco a un buen número de personas que se definen como brujas. No, son brujas… ¿por qué debería dudar de ellas? Su religión me deja ojiplático y confuso, pero me parece bienintencionada y por lo menos inocua. La brujería moderna es ser Amiga de la Tierra y la plegaria. Si tiene alguna raíz en algún lado, yace en los trabajos de un ex-servidor civil colonial, y naturalista pionero, llamado Gerard Gardiner… aunque me parece que realmente se trata de una mezcolanza de herbalismo, ocultismo de los sesenta mal dirigido y El señor de los anillos.
De todas formas debemos aceptar que existieron personas a las que se llamó brujas. En cierto modo fueron creadas por el folklore, mediante lo que yo llamo el «Proceso del Platillo Volante»: ya sabéis, alguien ve algo que no puede o no quiere explicarse en el cielo, sabe que hay una historia popular de avistamientos de platillos volantes, así que decide que lo que ha visto es un platillo volante; en poco tiempo ese «avistamiento» añade unos copos más a la gran bola de nieve de la ufología. Del mismo modo, el campesino sabe que las brujas son viejas feas que viven de forma independiente porque lo dice el acervo popular, así que su arpía local debe ser una bruja. En poco tiempo todo el mundo en el pueblo SABE que hay una bruja en el valle vecino, algunas pruebas de fe se plantan en su puerta… y así el gran mito circula.
Se pueden buscar en vano pruebas similares que sean conocidas sobre la existencia de magos. Como añadido a los dos puñaditos de dudosos practicantes que he mencionado más arriba, quienes son más fácilmente identificables como alquimistas o vendedores de humo, lo único que pude encontrar son algunos cultos vagamente masónicos, como el Horseman’s Word en Anglia oriental. No hay mucho Gandalf que rascar por ahí.
Ahora podéis daros cuenta de que ese es efectivamente el caso, porque si hay un extremo sucio del palo siempre le tocará a las mujeres. Cualquier cosa hecha por mujeres es automáticamente degradada. Es la visión ampliamente sostenida (bueno, ampliamente sostenida por mi mujer desde que comenzó a ir a encuentros grupales de concienciación) lo que me indica que es ridículo especular sobre el tema ya que la respuesta es tan obvia. La Magia, según esta teoría, es algo en lo que sólo los hombres pueden ser buenos y, por eso, cualquier intento de las mujeres de meterse en el césped sagrado debe ser inmediatamente censurado. Los hombres se refieren a las mujeres como el «segundo sexo», y por eso su magia es automáticamente inferior. También hay un montón de material sobre el miedo natural de los hombres a una mujer con poder; las brujas eran pobres mujeres buscando una de las pocas maneras de tener el poder en sus manos, y los hombres contraatacaron con tortura, fuego y humillación.
Me gustaría saber que todo se quedó allí, en el pasado. Pero el hecho es que el universo común de la fantasía ha tomado la idea y la mantiene viva. Yo me inclino por una visión diferente, aunque sea sólo por mantener la discusión viva, de que todo es mucho más metafórico de lo que pensamos. El sexo del practicante de magia no es un tema baladí. Mi teoría es que el mago clásico representa el ideal de la magia, todo lo que desearíamos ser si tuviéramos esos poderes. La bruja clásica, por otro lado, con su interés en ocasiones malevolente en los intrascendentes asuntos humanos, representa en qué tememos convertirnos, y seguramente nos convertiríamos, de tener esos poderes.
Bueno, no me ganaré un Doctorado con esto. Sospecho que a través del insidioso instrumento de los libros ilustrados para niños los magos seguirán practicando su alta magia, y las brujas seguirán llevando a cabo hechizos malvados y con mala leche. Pasará mucho tiempo antes de que haya un sitio para los ritos iguales7.
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1. Juego de palabras con Silicon Valley
2. Wizards and witches, en el original
3. Warlocks, en el original
4. Sorceress en el original
5. Enchantress en el original
6. Juego de palabras entre shaman y shamen, en el original (usando el plural de ‘man’ para que la palabra se convierta en un grupo sólo compuesto por hombres)
7. Juego de palabras entre equal rites (ritos iguales, igualdad de ritos) y equal rights (igualdad de derechos). Curiosamente, Pratchett publicaría en 1987 un libro titulado Equal Rites (en castellano fue traducido como Ritos iguales), tercera novela de la saga de Mundodisco y primera aparición de su carismática y cabezológica bruja Esmerelda «Yaya» Ceravieja.
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Copyright © Terry Pratchett, 1985, 1986. Originalmente ofrecida como charla en la XV Novacon, 1985. Publicada en el Xyster 11 ed. Dave Wood, 1986. Fuente del texto
Why Gandalf Never Married
1985 talk by Terry Pratchett
I want to talk about magic, how magic is portrayed in fantasy, how fantasy literature has in fact contributed to a very distinct image of magic, and perhaps most importantly how the Western world in general has come to accept a very precise and extremely suspect image of magic users.
I’d better say at the start that I don’t actually believe in magic any more than I believe in astrology, because I’m a Taurean and we don’t go in for all that weirdo occult stuff.
But a couple of years ago I wrote a book called The Colour of Magic. It had some boffo laughs. It was an attempt to do for the classical fantasy universe what Blazing Saddles did for Westerns. It was also my tribute to twenty-five years of fantasy reading, which started when I was thirteen and read Lord of the Rings in 25 hours. That damn book was a halfbrick in the path of the bicycle of my life. I started reading fantasy books at the kind of speed you can only manage in your early teens. I panted for the stuff.
I had a deprived childhood, you see. I had lots of other kids to play with and my parents bought me outdoor toys and refused to ill-treat me, so it never occurred to me to seek solitary consolation with a good book.
Then Tolkien changed all that. I went mad for fantasy. Comics, boring Norse sagas, even more boring Victorian fantasy … I’d better explain to younger listeners that in those days fantasy was not available in every toyshop and bookstall, it was really a bit like sex: you didn’t know where to get the really dirty books, so all you could do was paw hopefully through Amateur Photography magazines looking for artistic nudes.
When I couldn’t get it — heroic fantasy, I mean, not sex — I hung around the children’s section in the public libraries, trying to lure books about dragons and elves to come home with me. I even bought and read all the Narnia books in one go, which was bit like a surfeit of Communion wafers. I didn’t care any more.
Eventually the authorities caught up with me and kept me in a dark room with small doses of science fiction until I broke the habit and now I can walk past a book with a dragon on the cover and my hands hardly sweat at all.
But a part of my mind remained plugged into what I might call the consensus fantasy universe. It does exist, and you all know it. It has been formed by folklore and Victorian romantics and Walt Disney, and E R Eddison and Jack Vance and Ursula Le Guin and Fritz Leiber — hasn’t it? In fact those writers and a handful of others have very closely defined it. There are now, to the delight of parasitical writers like me, what I might almost call «public domain» plot items. There are dragons, and magic users, and far horizons, and quests, and items of power, and weird cities. There’s the kind of scenery that we would have had on Earth if only God had had the money.
To see the consensus fantasy universe in detail you need only look at the classical Dungeons and Dragon role-playing games. They are mosaics of every fantasy story you’ve ever read.
Of course, the consensus fantasy universe is full of cliches, almost by definition. Elves are tall and fair and use bows, dwarves are small and dark and vote Labour. And magic works. That’s the difference between magic in the fantasy universe and magic here. In the fantasy universe a wizard points his fingers and all these sort of blue glittery lights come out and there’s a sort of explosion and some poor soul is turned into something horrible.
Anyway, if you are in the market for easy laughs you learn that two well-tried ways are either to trip up a cliche or take things absolutely literally. So in the sequel to The Colour of Magic, which is being rushed into print with all the speed of continental drift, you’ll learn what happens, for example, if someone like me gets hold of the idea that megalithic stone circles are really complex computers. What you get is, you get druids walking around talking a sort of computer jargon and referring to Stonehenge as the miracle of the silicon chunk.
While I was plundering the fantasy world for the next cliche to pulls a few laughs from, I found one which was so deeply ingrained that you hardly notice it is there at all. In fact it struck me so vividly that I actually began to look at it seriously.
That’s the generally very clear division between magic done by women and magic done by men.
Let’s talk about wizards and witches. There is a tendency to talk of them in one breath, as though they were simply different sexual labels for the same job. It isn’t true. In the fantasy world there is no such thing as a male witch. Warlocks, I hear you cry, but it’s true. Oh, I’ll accept you can postulate them for a particular story, but I’m talking here about the general tendency. There certainly isn’t such a thing as a female wizard.
Sorceress? Just a better class of witch. Enchantress? Just a witch with good legs. The fantasy world. in fact, is overdue for a visit from the Equal Opportunities people because, in the fantasy world, magic done by women is usually of poor quality, third-rate, negative stuff, while the wizards are usually cerebral, clever, powerful, and wise.
Strangely enough, that’s also the case in this world. You don’t have to believe in magic to notice that.
Wizards get to do a better class of magic, while witches give you warts.
The archetypal wizard is of course Merlin, advisor of kings, maker of the Round Table, and the only man who knew how to work the electromagnet that released the Sword from the Stone. He is not in fact a folklore hero, because much of what we know about him is based firmly on Geoffrey de Monmouth’s Life of Merlin, written in the Twelfth Century. Old Geoffrey was one of the world’s great writers of fantasy, nearly as good as Fritz Leiber but without that thing about cats.
Had a lot of trouble with women, did Merlin. Morgan Le Fay — a witch — was his main enemy but he was finally trapped in his crystal cave or his enchanted forest, pick your own variation, by a female pupil. The message is clear, boys: that’s what happens to you if you let the real powerful magic get into the hands of women.
In fact Merlin is almost being replaced as the number one wizard by Gandalf, whose magic is more suggested than apparent. I’d also like to bring in at this point a third wizard, of whom most of you must have heard — Ged, the wizard of Earthsea. I do this because Ursula Le Guin’s books give us a very well thought-out, and typical, magic world. I’d suggest that they worked because they plugged so neatly into our group image of how magic is ordered. They serve to point up some of the similarities in our wizards.
They’re all bachelors, and sexually continent. In this fantasy is in agreement with some of the standard works on magic, which make it clear that a good wizard doesn’t get his end away. (Funny, because there’s no such prohibition on witches; they can be at it like knives the whole time and it doesn’t affect their magic at all.) Wizards tend to exist in Orders, or hierarchies, and certainly the Island of Gont reminds me of nothing so much as a medieval European university, or maybe a monastery. There don’t seem to be many women around the University, although I suppose someone cleans the lavatories. There are indeed some female practitioners of magic around Earthsea, but if they are not actually evil then they are either misguided or treated by Ged in the same way that a Harley Street obstetrician treats a local midwife.
Can you imagine a girl trying to get a place at the University of Gont? Or I can put it another way — can you imagine a female Gandalf?
Of course I hardly need mention the true fairytale witches, as malevolent a bunch of crones as you could imagine. It was probably living in those gingerbread cottages. No wonder witches were always portrayed as toothless — it was living in a 90,000 calorie house that did it. You’d hear a noise in the night and it’d be the local kids, eating the doorknob. According to my eight-year-old daughter’s book on Wizards, a nicely-illustrated little paperback available at any good bookshop, «wizards undid the harm caused by evil witches». There it is again, the recurrent message: female magic is cheap and nasty.
But why is all this? Is there anything in the real world that is reflected in fantasy?
The curious thing is that the Western world at least has no very great magical tradition. You can look in vain for any genuine wizards, or for witches for that matter. I know a large number of people who think of themselves as witches, pagans or magicians, and the more realistic of them will admit that while they like to think that they are following a tradition laid down in the well-known Dawn of Time they really picked it all up from books and, yes, fantasy stories. I have come to believe that fantasy fiction in all its forms has no basis in anything in the real world. I believe that witches and witches get their ideas from their reading matter or, before that, from folklore. Fiction invents reality.
In Western Europe, certainly, wizards are few and far between. I have been able to turn up a dozen or so, who with the 20-20 hindsight of history look like either conmen or conjurers. Druids almost fit the bill, but Druids were a few lines by Julius Caesar until they were reinvented a couple of hundred years ago. All this business with the white robes and the sickles and the oneness with nature is wishful thinking. It’s significant, though. Caesar portrayed them as vicious priests of a religion based on human sacrifice, and gory to the elbows. But the PR of history has nevertheless turned them into mystical shamans, unless I mean shamen; men of peace, brewers of magic potions.
Despite the claim that nine million people were executed for witchcraft in Europe in the three centuries from 1400 — this turns up a lot in books of popular occultism and I can only say it is probably as reliable as everything else they contain — it is hard to find genuine evidence of a widespread witchcraft cult. I know a number of people who call themselves witches. No, they are witches — why should I disbelieve them? Their religion strikes me as woolly but well-meaning and at the very least harmless. Modern witchcraft is the Friends of the Earth at prayer. If it has any root at all they lie in the works of a former Colonial civil servant and pioneer naturist called Gerald Gardiner, but I suggest that its is really based in a mishmash of herbalism, Sixties undirected occultism, and The Lord of the Rings.
But I must accept that people called witches have existed. In a sense they have been created by folklore, by what I call the Flying Saucer process — you know, someone sees something they can’t or won’t explain in the sky, is aware that there is a popular history of sightings of flying saucers, so decides that what he has seen is a flying saucer, and pretty soon that «sighting» adds another few flakes to the great snowball of saucerology. In the same way, the peasant knows that witches are ugly old women who live by themselves because the folklore says so, so the local crone must be a witch. Soon everyone locally KNOWS that there is a witch in the next valley, various tricks of fate are laid at her door, and so the great myth chugs on.
One may look in vain for similar widespread evidence of wizards. In addition to the double handful of doubtful practitioners mentioned above, half of whom are more readily identifiable as alchemists or windbags, all I could come up with was some vaguely masonic cults, like the Horseman’s Word in East Anglia. Not much for Gandalf in there.
Now you can take the view that of course this is the case, because if there is a dirty end of the stick then women will get it. Anything done by women is automatically downgraded. This is the view widely held — well, widely held by my wife every since she started going to consciousness-raising group meetings — who tells me it’s ridiculous to speculate on the topic because the answer is so obvious. Magic, according to this theory, is something that only men can be really good at, and therefore any attempt by women to trespass on the sacred turf must be rigorously stamped out. Women are regarded by men as the second sex, and their magic is therefore automatically inferior. There’s also a lot of stuff about man’s natural fear of a woman with power; witches were poor women seeking one of the few routes to power open to them, and men fought back with torture, fire and ridicule.
I’d like to know that this is all it really is. But the fact is that the consensus fantasy universe has picked up the idea and maintains it. I incline to a different view, if only to keep the argument going, that the whole thing is a lot more metaphorical than that. The sex of the magic practitioner doesn’t really enter into it. The classical wizard, I suggest, represents the ideal of magic — everything that we hope we would be, if we had the power. The classical witch, on the other hand, with her often malevolent interest in the small beer of human affairs, is everything we fear only too well that we would in fact become.
Oh well, it won’t win me a PhD. I suspect that via the insidious medium of picture books for children the wizards will continue to practice their high magic and the witches will perform their evil, bad-tempered spells. It’s going to be a long time before there’s room for equal rites.