Emmy Hennings fundó el Cabaret Voltaire junto a Hugo Ball, Elsa von Freytag-Loringhoven ideó La Fuente de la que se apropió Marcel Duchamp, la condesa de Campo Alange se adelantó un año a Simone de Beauvoir con La guerra de los sexos, Norah Borges fue una de las artistas más representativas del ultraísmo… todas ellas encuentran su lugar en Dones Dadá, un proyecto impulsado por la directora del museo Es Baluard, Nekane Aramburu, y realizado por Semíramis González y Susana Blas. La actitud dadaísta con la que las féminas de la Generación del 27 se enfrentaron al encorsetamiento social sostiene esta investigación que busca devolver la voz a las mujeres que nos han precedido.
SAIOA CAMARZANA | 06/08/2018
Era un domingo normal, hora de misa de doce, cuando Maruja Mallo decidió montar en bicicleta y entrar en la iglesia. Lo hizo montada en ella, recorrió la pasarela, llegó al altar mayor, dio la vuelta y lentamente abandonó la casa de Dios frente al estupor y la mirada contrariada de los feligreses. En otra ocasión, la artista surrealista se puso ropa de hombre y travestida entró en la iglesia de Silos. Tanto ella como sus colegas, apodadas Las Sinsombrero, tuvieron la capacidad de desafiar las normas mediante el gesto, una manera de hacerse visibles cuando la sociedad no les permitía la misma libertad de la que gozaban los hombres. Esta actitud rebelde y dadaísta es la que ha dado pie a Dones Dadá, un proyecto impulsado por la directora del museo mallorquín Es Baluard, Nekane Aramburu, y realizado por Semíramis González y Susana Blas.
La investigación surgió en paralelo a las celebraciones que conmemoraban los 100 años del movimiento dadaísta. Entonces Aramburu encargó una serie de textos a diversos teóricos y en una fase posterior invitó a Semíramis González y a Susana Blas a ampliar el proyecto y enmarcarlo en el contexto español. Cada una de ellas, desde su perspectiva, ha traído a primera línea de juego a algunas de aquellas mujeres que han sido silenciadas. Para ilustrar el proyecto han contado con la diseñadora Davinia y la ilustradora Aurora Luque. Cabe recordar que la vanguardia dadaísta no llegó a España como tal pero algunas de nuestras mujeres sí tuvieron una actitud similar a sus homólogos en otros lugares. Es ahí donde se enmarca este estudio ha derivado en un fanzine de carácter abierto que busca expansión.
«Estamos en un momento histórico -dice González- en el que estamos poniendo sobre la mesa a muchas mujeres vanguardistas». El objetivo es devolverles la voz y reconocer que, en algunos casos, tuvieron ideas de las que se apropiaron sus parejas. Es el caso de Elsa von Freytag-Loringhoven, novia de Marcel Duchamp, quien «se apropió de su energía creativa y de La Fuente, la obra sobre la que se ha construido toda la épica del arte de la segunda mitad del siglo XX», recuerda Susana Blas. Sí, el célebre urinario que revolucionó el mundo del arte no fue una idea de Marcel Duchamp sino de su pareja. Pero este no es, ni mucho menos, el único caso.
Que Hugo Ball fue el fundador del Cabaret Voltaire lo sabrá todo lector. Claro que no lo hizo solo. Emmy Hennings, su pareja, fue la otra pata que sustentó la creación de este espacio que fue la punta de lanza de los artistas de su época. Sorprende, continúa Blas, «que tantas fuentes bibliográficas no reconozcan el papel fundador de estas mujeres un siglo después y con toda la documentación a mano». Ambas tuvieron esa actitud dadá con la que cultivaron un arte efímero, revolucionario, anti-burgués y performático y, por el contrario, «fueron los hombres los que firmaron la historia del dadaísmo», se queja Blas.
La actitud dadaísta de las mujeres españolas
Como apuntábamos al principio, no hubo un movimiento dadaísta en España que se simultaneara en el tiempo pero sí una actitud semejante. Una actitud con la que las mujeres quisieron romper con unas normas que las asfixiaban e impedían publicar con sus nombres originales. Hay nombres conocidos como el de Maruja Mallo pero, sin embargo, el de Margarita Manso sigue sonando poco. «Tanto ellas como el grupo en sí tuvieron la capacidad de destacar con el gesto, como el acto de quitarse el sombrero que les ha dado nombre«, interviene Semíramis González, que en Dones Dadá, se acerca al Lyceum de Madrid.
Un día en los años 20 cuando Margarita Manso, Maruja Mallo, Federico García Lorca y Salvador Dalí paseaban ociosos por Madrid. Los códigos de vestimenta de la época requerían llevar sombrero pero en un acto jocoso y de rebeldía decidieron quitarse la prenda propiciando todo tipo de insultos de los allí presentes. El sombrero, escribió Mallo después, les estaba «congestionando la ideas». A base de gestos como este las féminas de la Generación del 27 «tuvieron la capacidad rebelarse contra un contexto en el que no creían y se sentían oprimidas, además de poder exponerse y hacerse presentes a través de sus actos», sostiene González.
La literatura y el arte también tuvieron su papel, por supuesto, y el «trabajo que desarrollaron las poetas y las artistas visuales -continúa- era más bien una cuestión de actitud». Tanto en la Residencia de Señoritas como en el Lyceum destaca «su capacidad de trabajar en conjunto, de organizarse y entender que el trabajo de todas era más importante que el individual». Aunque escrito de manera individual, con La guerra de los sexos Pérez de Pulgar, condesa de Campo Alange se adelantó un año a El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. No obstante, el de la filósofa francesa ha trascendido más debido «al contexto político, histórico y cultural», sostiene Semíramis González.
No es la única que se menciona en el fanzine, una publicación poblada por las mujeres como las hermanas Roësset, María del Mar Lozano Bartolozzi, Zenobia Camprubí o Norah Borges, una de las representantes del ultraísmo, movimiento que sí se dio en nuestro territorio. ¿Cómo es posible -se pregunta Susana Blas- que la hermana de Jorge Luis Borges termine fuera de las antologías del movimiento cuando formó parte de ellas en las primeras ediciones? «Es más triste e inquietante aún -reconoce- que sea su propio marido, Guillermo de la Torre, el que la elimina con el tiempo de la historia, cuando durante «la vuelta al orden» prefiere que no se asocie a su esposa con el vanguardismo». Su ausencia, escribe en el ensayo que se incluye en Dones Dadá es «inexplicable pues estuvo acompañando al grupo con asiduidad y participó con sus grabados en la traducción a imágenes de las consignas de sencillez y vanguardia que las nuevas ideas solicitaban. De hecho, sus colaboraciones en revistas son incontables y probadas».
El contexto católico y conservador en el que vivieron y trabajaron arrinconaba a estas mujeres que, no por ello, se quedaron calladas. Si no podían publicar con su nombre original, usaban seudónimos masculinos, como en el caso de Lucía Sánchez Saornil. Sus herramientas fueron las mismas que usaron las mujeres de otros lugares porque «la opresión a la que se les sometía era parecida aunque en grados diferentes», detalla González. «Se trataba de tabúes sexuales y sexistas por lo que ese ocultamiento les llevaba a rebelarse de formas muy similares, con gestos que eran performáticos y con una carga muy crítica», señala. Esas actitudes pasan, apunta Aramburu, por «adoptar una doble personalidad, buscar el camuflaje, el seudónimo y lo colectivo».
A ellas les debemos, por tanto, «el haber generado contextos de libertad y experimentación, el no tener miedo a romper con lo tradicional y empoderarnos desde la idea de compartir y avanzar en red», concluye la directora de Es Baluard, cuyo programa gira en torno a su necesidad de «revisar las historias del arte desde una perspectiva de género y transgénero abriendo nuevas vías de exploración desde los museos». Por eso, el fanzine Dones Dadá es un proyecto abierto que se puede seguir ampliando a medida voces actuales, como las de Angelica Liddel o Esther Ferrer (incluidas en este proyecto), sigan cogiendo el testigo de nuestras antecesoras.