Camille Claudel, la luz cegada
No hace mucho, en los libros se solía describir a Camille Claudel como ayudante, musa y amante de Auguste Rodin. Era la joven aprendiz del considerado como unos de los padres de la escultura moderna. Como nota al pie, también figuraba como hermana del poeta Paul Claudel.
Se la describía como una mujer de carácter inestable que se enamoró perdidamente del escultor. Una pasión tan fuerte que la llevó a la locura y a un final trágico.
Todo eso es cierto, pero a la vez una injusticia enorme.
Camille Claudel era todo lo anterior, pero mucho más. Fue, sobre todo, una escultora magnífica, figura central del expresionismo de principios del siglo XX, ninguneada en vida. Porque Camille, aparte de su propia mente, fue víctima de una sociedad machista contra la que estaba empeñada en partirse la cara. Y se la partieron.
Peleó con sus manos, su talento y su deseo de libertad, luego con su silencio. Finalmente se convirtió en una víctima más de esa “Hecatombe de los locos” que llevó a la muerte a 45.000 personas durante la Segunda Guerra Mundial.
Camille Claudel, historia de la escultura
Hay que decir que la injusticia cometida contra Camille Claudel hace ya unos años que empezó a repararse. Más de 100 años, si cogemos la fecha simbólica de 2017, cuando por fin se inaugura un museo con su nombre y su obra.
Muy tarde para ella, como suele pasar. Una injusticia que la ha traído a este blog, a pesar de que ya hay mucho escrito sobre ella. Tras conocer su vida a partir del post anterior –el de los locos; haciendo el camino inverso que Elise Rouard– he sentido el anhelo de contarla.
Sobre su obra no voy a profundizar porque no se casi nada de escultura. Los expertos dicen que bebe del mismo impulso vanguardista que su maestro, que les llevó al impresionismo. Ambos dejan atrás los temas sagrados o mitológicos, fijando como modelos a personas corrientes. Y, sobre todo, abandonan los cánones clásicos para poner toda la atención en mostrar el movimiento, la luz y las pasiones humanas.
En esa coincidencia hay un debate sobre quién influyó a quién. Más que maestro y alumna parece que hubo una retroalimentación y que el maestro también aprendió muchas cosas de su alumna. El toque personal y vanguardista de Camille Claudel seguirá mostrándose una vez alejada de Rodin.
Camille Claudel había nacido en 1864, el norte de Francia, en una familia burguesa. Desde niña sintió pasión por la escultura. Moldeaba figuras de barro cogiendo como modelos a sus sirvientas o a su hermano Paul.
Su carácter independiente y su deseo de dedicarse a la escultura contradecían los planes de su madre. Ésta le reservaba un futuro de perfecta familia burguesa, con marido e hijos. Su madre nunca entendió a Camille, lo que para ella fue al final una maldición.
Rodin y su dependencia emocional
Hay que tener en cuenta que si el mundo de la pintura era muy machista, aún más lo era el de la escultura. Pero su padre, que siempre la apoyó, consistió que entrara en un academia. Como estudiante –en 1883, con 19 años– conoció a Rodin, que captó en seguida su talento y se la llevó a su taller.
Claudel colabora con Rodin, ocupándose de manos y pies de muchas de las esculturas de Auguste. También brazos o rostros. De algunas de sus obras no quedan claras las partes esculpidas por Camille. Parece que Rodin juega todo lo que quiso con la joven aprendiz. Se aprovecha de su talento y de la admiración que Camille siente por él, mientras la anima y enseña. Pero a la vez intenta ocultarla bajo su ala, celoso de que el talento de la joven lo eclipse.
La estrecha colaboración artística, muy nutritiva para ambos, deriva pronto en amorosa. Un amor con una fogosidad al alcance de ambas personalidades, a los que nos les importa la diferencia de edad. Auguste le saca más de 20 años a Camille. Claudel se entrega al maestro y Rodin aprovecha para maltratarla psicológicamente. Tienen una relación borrascosa, él no esconde otras amantes al mismo tiempo que enlaza a Camille con promesas de boda. Nunca se cumplirán. Vanguardistas en lo artístico, un cliché en lo personal.
Rodin frecuenta con Camille Claudel los ambientes artísticos e intelectuales parisinos. La juventud, la chispa y el talento de Camille son una buena carta de presentación para que Rodin presuma. Pero a la vez el escultor mantiene una relación con Rose Beuret, una costurera analfabeta que le cuida y hace las labores de la casa. A Beuret no la muestra en público, no es cool. Terminó casándose con ella poco antes de su muerte.
Ruptura, creatividad y furia
La obra de Claudel empieza a ser reconocida en los circuitos artísticos. A la vez, sigue trabajando y suplicando la atención de Rodin, que se aprovecha de esa dependencia. Incluso la convence para que aborte con una nueva promesa de matrimonio. En 1889 Camille finalmente se da cuenta de que eso no va a pasar y corta la relación. Herida abierta que fluye.
La ruptura la desestabiliza. O tal vez agrava tendencias que ya estaban ahí, no lo se. Parece claro que bucea en la depresión. Claudel sigue creando, dolida, agitada. Obras influenciadas por el art noveau pero muy personales.
De esa época es una de sus obras más famosas, La Edad Madura. Representa a una joven arrodillada agarrando a un hombre arrastrado por una mujer madura con aspecto maléfico. La alegoría autobiográfica no puede ser más clara. Paréntesis: creo que a Camille Claudel le hubiera encantado el Back to Black de Amy Winehouse; una maravilla que podría ser la banda sonora de este post.
Tras su ruptura con Rodin se rumorea una aventura con el músico Claude Debussy, que estaba casado. Aunque tal vez es una de esas habladurías que suelen arrojarse a las mujeres que viven libremente y desafían las buenas costumbres. Nada hay probado más allá de una amistad.
Al mismo ritmo que crea y se alaba su talento, algo en el interior de Camille le lleva a destruir algunas de sus obras a martillazos. Pasa temporadas enteras encerrada en casa, abandonando su aspecto y la higiene. Su familia está cada vez más preocupada. El qué dirán pesa: su madre, de rígidas costumbres burguesas, su hermano con una carrera diplomática. Ambos alérgicos, por tanto, a los escándalos de la buena sociedad.
Camille se queda sola
“En cuanto a mi pobre hermana, no tendré más remedio que ir a París para internarla… Cuando volví, hace cuatro años, deliraba por completo, (…) Actualmente ya no sale y vive, con los cerrojos echados en puertas y ventanas, en un piso de una suciedad espantosa”. Es su hermano Paul, en 1913.
Mientras vive el padre, su gran defensor, no hay peligro. Pero su padre muere en marzo de 1913. En julio su madre y su hermano la internan, primero en el sanatorio de Ville-Evrard y poco después encerrada en el de Montdevergues, cerca de Avignon.
Se le diagnostica manía persecutoria y delirios de grandeza. Quizás fuera cierto. Quizás Claudel tuviera algo de razón para decir que era una gran escultora y que se le había ninguneado. Quizás tuviera momentos de delirio, pero seguro que tuvo muchos de lucidez, tal como prueban sus cartas. Unas cartas donde denuncia la injusticia de su encierro contra su voluntad y reclama su libertad.
“Hace años que soporto este atroz martirio (…) Respecto a mi familia no hay nada que hacer; bajo la influencia de unas malas personas, mi madre, mi hermano y mi hermana sólo atienden a las calumnias de que me han cubierto (…) Sobre la base de estas acusaciones me encarcelaron como a una criminal (…) Tienen mucho interés en que yo no salga nunca de esta prisión”.
La hecatombe de los locos
Y nunca salió de su prisión en Montdevergues. Se pasó 30 años encerrada en el manicomio, sin recibir apenas visitas de nadie. Un castigo terrible. Algo que tiene que trastornarte por fuerza. Claudel se encerró en sí misma, en larguísimos silencios. Durante esos años no volvió a esculpir nada, su razón para vivir. Su familia la abandonó, era la incómoda oveja negra.
Llega la Segunda Guerra Mundial y Camille Claudel se convierte en una víctima más de esas 45.000 que murieron de hambre en los sanatorios psiquiátricos franceses. Un vergüenza escondida que ha visto la luz hace poco, bajo el título de “La hecatombe de los locos”.
Muere en 1943. Es enterrada en una tumba sin nombre, con el número 1943-n392, en el cementerio de la institución mental de Montdevergues. Tras la muerte de su hermano Paul, en 1955, la familia decide que ya no es necesario seguir menospreciando a Camille. Tarde. El sanatorio había hecho unas obras y los restos de los pacientes olvidados por todos habían desaparecido para siempre. Camille se esfuma definitivamente.
Su obra al final ha triunfado. No se si eso sería consuelo para su derrota personal. No se pudo asumir su talento, su genio o su modo de saltarse las convenciones sociales. Desde fuera se muestra como una mujer delicada y fuerte, frágil y valiente, sensible y furiosa.
Su hermano dijo de ella que “tenía luz”, aunque luego fuera uno de los empeñados en convertirla en sombra. Sombra primero bajo su mentor y amante. Sombra bajo su familia. Sombra en el manicomio y sombra hasta sus puros huesos. Solo nos queda su obra, tan atenta a la luz.
La primera vez que leí de ella fue en un libro de Eduardo Galeano, y este post me gustó mucho, desde hace años prometí que yo no la olvidaría, y cada que veo algo escrito sobre ella lo leo, así que gracia otra vez