Isabel Oyarzábal y Concha Méndez, pioneras de ‘Las Sinsombrero’
El Teatro María Guerrero estrena Beatriz Galindo en Estocolmo, una obra en la que Blanca Baltés reivindica a las mujeres de la Generación del 27
SAIOA CAMARZANA | 19/01/2018
«Esta película no la dirige Luis que, por cierto, no habría llegado a Buñuel de no ser por mí», ironiza Concha Méndez en Beatriz Galindo en Estocolmo, una obra escrita por Blanca Baltés para el Centro Dramático Nacional. Algunos pensarán… ¿y quién es Concha Méndez? Bien, además de ser campeona de natación y una mujer que luchó por los derechos de las mujeres en la generación del 27, fue la pareja de Luis Buñuel durante siete años. Sí, siete años de relación y de intercambios profesionales que no se mencionan en las memorias del cineasta.
Esta no deja de ser una de tantas historias de la época. Solo basta con poner la vista en la relación entre Maruja Mallo y Rafael Alberti. Cuando irrumpe María Teresa León la primera desaparece, siendo Mallo la primera escenógrafa e ilustradora del poeta, y no es hasta la muerte de León cuando la vuelve a mencionar. «Las historias humanas del 27 que aún no nos han contado tienen que empezar a salir porque no solo son afectivas sino también creativas», apunta Baltés. O la historia de Isabel Oyarzábal, periodista, activista y la primera embajadora española en la ONU que viajó a Estocolmo en 1937. Partiendo de su historia la autora de la obra, que se estrena este viernes en el Teatro María Guerrero bajo la dirección de Carlos Fernández de Castro, ha creado una pieza que emula la grabación de una película.
Son dos mujeres, Oyarzábal (adoptando el seudónimo de Beatriz Galindo) y Méndez, quienes vertebran este relato que reivindica a las mujeres que orbitan en torno a los años 20 y 30. Durante mucho tiempo ellas han estado a la sombra de sus congéneres masculinos, nunca nadie les preguntó y tan solo ahora que los herederos comienzan a hablar se les está prestando mayor atención. Tirando de una premisa ficticia en la que Concha Méndez pregunta a Isabel Oyarzábal acerca de su paso por Estocolmo, Baltés arma una ficción a la que se unen Victoria Kent y Clara Campoamor. Podrían haber sido muchas más, afirma, por eso utiliza el recurso de los coros para dar voz a mujeres como Zenobia Camprubí, Rosa Chacel, Elena Fortún, María Zambrano o Josefina de la Torre.
«Oyarzábal y Méndez representan a una generación diferente que luchaba por lo mismo. Conforman las dos líneas que confluyeron en el Lyceum y en la República, época en la que se materializó aquello por lo que estaban luchando», explica. El germen de la obra tiene su origen en el encargo que Ernesto Caballero (director del CDN) le hizo a la autora. La investigación comenzó por la figura de María Teresa León, el documental Las sinsombrero de Tania Balló y el libro La conspiración de las mujeres de José Antonio Marina. En ese momento la lista de nombres comenzó a crecer y el quebradero de cabeza de la autora fue en aumento.
Constató que el Lyceum femenino, presidido por María de Maeztu, fue el lugar «donde se juntaron por primera vez de manera autónoma y colectiva para crear un espacio de debate, creación y de ambición social de conquista de los derechos de la mujer». Este fue el nexo de unión entre ambas generaciones que necesitaba Baltés y lo que «permite articular ese colectivo de mujeres que reclamaban su espacio». Las mujeres del 27, atendiendo al marco general de la fecha exacta, se alimentan de lo que habían estado haciendo sus predecesoras y, por eso, «no se podía contar a las unas sin las otras», afirma la autora.
Aquel espacio para las creadoras tenía como vicepresidentas a Isabel Oyarzábal y Victoria Kent pero «en cada una de las secciones -internacional, arte, teatro- es donde aparecen todos los nombres de aquellas pensadoras en relación y contacto directo». El Lyceum fue, al tiempo, un lugar de lucha social y un escaparate para su creación. Allí expusieron, por ejemplo, las hijas de Sorolla y la propia Marga Gil Röesset por lo que «no solo son conscientes de que están compartiendo una necesidad común sino que se ponen a la acción».
La autora toma, de manera simbólica, aquella puerta cerrada que Oyarzábal se encontró a su llegada a Estocolmo en 1937 para denunciar todos los portazos con los que las mujeres se han topado. «No solo es el hecho en sí sino la actitud con la que consiguen abrir la puerta. No hay agresividad en su lucha y conquista de los derechos sino lógica, arte, humor y poesía«, sostiene. Hoy la situación ha mejorado mucho pero aún hay mucho por hacer. «Hay cotos -cree la autora- y la legislación a priori es igualitaria pero los usos y costumbres, con sus nuevas formas, son difíciles de cambiar». Ahí reside, opina, la reflexión que debe hacer la generación actual: «reflexionar y revisar la manera en la que estamos haciendo las cosas ya que no estamos consiguiendo nuestros objetivos».
En el caso de estas mujeres la finalidad, no obstante, es la de, en un futuro, «no tener que reivindicarlas al igual que cuando se representa una obra de Lorca, Alberti o Jorge Guillén no hace falta hacerlo». Tenemos que conseguir, por lo tanto, que formen parte de nuestro paisaje, que es de donde nos las han robado.
Más sobre las Sin Sombrero